NO RICE, NO LIFE
Yo no puedo imaginar mi vida sin arroz blanco.
Más bien, sobreviviría felizmente con solo arroz blanco (¡ojo!, recién cocido) y un poco de sal, como para vosotros pan y un buen chorro de aceite de oliva.
No es que no me guste el pan, que sí que me gusta. La cosa es que el pan no me llena. No sé cómo calcular la cantidad justa con la que me quede satisfecha; una rebanada, dos rebanadas o una barra enterra.
Para mí el pan es como algo de chuche, como patatas fritas, que una vez empiezas, no puedes parar.
A lo que iba, yo no puedo imaginar mi vida sin arroz blanco.
Entonces la primera vez que me fui a España a vivir, ocurrió una tragedia:
Me faltó arroz y engordé CINCO kilos en los primeros dos meses.
Cuando vivía en Japón, solía comer arroz tres veces al día.
Pero bueno, en España todo era distinto. Una señora que se llama Pilar, con la que viví seis meses en Algeciras, me preparaba platos españolas, claro.
Todos estaban muy ricos, pero…echaba mucho de menos al arroz.
Como una drogadicta que sufre síndrome de abstinencia, empecé a devorar lo que pilleba para engañarme: bizcocho de yogur que hacía Pilar y chocolate Valor que guardaba Pilar. Comía un bizcocho entero en dos días, tres trozos grandes de Valor y un paquete de Kit Kat cada día.
Total, CINCO kilos… lógico.
Pero al volver a Japón, no había nada que me impidiera. Arroz, arroz y arroz. ¡Viva el arroz! Adiós bizcocho, adiós chocolate.
Un mes después, adelgacé CINCO kilos.
En Japón casi todas las casas tienen arrocera, que es una olla eléctrica para cocer arroz. Medir arroz, lavarlo, echarlo con agua medida en la olla, pulsar el botón y ya está. Yo también tengo una, que ahora vivo en Japón.
En 2000, la segunda vez que me fui a España, decidí no volver a cometer el mismo error: cocinaría arroz blanco, lo comería como si estuviera en Japón. Tú estarás pensando que me llevé una arrocera en la maleta. Te equivocas. Entonces, ¿cómo?
Te lo contaré en el próximo capítulo.